CUBANOS

Añoranza, el dulce dolor de los recuerdos

Estamos hechos de recuerdos, de pedacitos de vida, de retazos de añoranza por las cosas que hemos vivido y que ya no son. 

La añoranza es ese susurro melancólico que se filtra en el alma, una brisa suave que acaricia los rincones más profundos del corazón. Es la dulce tristeza que nos envuelve cuando evocamos los días pasados, los rostros que amamos, y los lugares que alguna vez fueron nuestros. 

En cada suspiro, en cada mirada perdida en el horizonte, la añoranza nos recuerda que allá, del otro lado del mar, dejamos una vida que no cabía en la maleta. Por mucho que tratamos de acomodar cada recuerdo, cada beso, cada abrazo, el espacio no era suficiente y nos conformamos con cerrar los ojos y sentir el refugio seguro de los brazos de mamá. 

Quien haya emigrado conoce estas cosas. Sabe de ese sentimiento que llega de pronto, sin advertirlo, de puntillas para que no podamos escapar. A veces es frente a un estante en un supermercado, pensando lo rica que le quedaría a la abuela la comida con todos esos ingredientes. Otras veces es un olor, una frase captada suelta en una conversación distante, un recuerdo de Facebook. 

Y tratando de no deshacernos en miles de fragmentos, vamos encontrando la manera de hacernos amigos de la añoranza. Allí donde estemos, no importa si es España, Miami, Montevideo o China, empezamos a coleccionar pequeños fragmentos de esa vida que dejamos atrás. 

Y es así que buscamos en YouTube aquellos programas que nos hacían reír, que veíamos en la sala de la casa todos juntos y que, por unos minutos, nos hacen sentir que nada ha cambiado. 

Por muy rica que sea la gastronomía de los países en los que hemos empezado esa nueva vida, siempre hay lugar para ese arroz con frijoles, para la yuca con mojo, para el cerdo asado, para un trago de ron con los amigos jugando dominó. 

Los más devotos reservan un pedacito de su casa para su altar con la Virgen, San Lázaro, Santa Bárbara o el Elegguá. Cargan con su fe, con sus santos, con esa estampita que le dio la abuela para que nunca le faltara protección. 

Hay quienes mantienen cerca una bandera cubana y se aferran a ella, como en los muñequitos de Elpido, y la esgrimen como sudario protestando en tierras extranjeras contra la dictadura que los obligó a abandonar su país. 

Y hablando de caricaturas, cuántos veces no has escuchado a alguien decir: “Mientes, rata inmunda”; “Pártelo jaba´o”; “Eso habría que verlo”; “Alaba´o”; “Eh, culpa de queee”. Tantas otras que marcaron a varias generaciones y que te delatan como cubano de pura cepa. 

Por no hablar de las costumbres que años de escasez nos hicieron adoptar y que seguimos llevando allá donde vamos. Desde reciclar el aceite que usamos para cocinar, hasta no tirar nada porque “eso puede servirle a alguien en Cuba”. 

Y cuando pasan los años y crees que te vas curando de eso que en Brasil llaman “saudade”, te sorprende una noche cualquiera un video de TikTok donde alguien hizo una lista de los mejores programas humorísticos, o de lo que se veía en la televisión cubana en los 90; o de las aventuras cuyos temas de presentación te sabías de memoria. 

Irse implica demasiadas renuncias, adioses, despedidas que se clavan a fuego en la piel y en el corazón y que son el recuerdo eterno de lo que vivimos y ya no será. 

Ahora, al volver, descubres que las calles están más vacías y que ya no existen los lugares en los que solías sentarte con tus amigos a conversar. Miras con ojos cargados de emoción el balance en el que solía sentarse la abuela y llevas flores en una mano y el corazón en la otra al lugar donde descansa ahora. 

Descubres con asombro como ha crecido la sobrina, que ya está por cumplir años y de la que te perdiste sus primeros pasos, la vez que dijo mamá, la primera vez que sonrió, su primer amor. 

Entonces te vuelves a cargar de nuevos recuerdos, de nuevas imágenes mentales, de fotografías que mirarás una y otra vez cuando, una noche de invierno, la nostalgia se meta en tu cama, se apriete a tu pecho y te haga compañía. 

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