CUBANOS

La despedida: ¿cómo fue el día que Celia Cruz se fue de Cuba?

El 15 de julio de 1960 fue un día triste para Cuba porque la reina de la Salsa, Celia Cruz, abandonaba la isla para nunca más volver.

Ese tarde, Celia salió de Cuba con un contrato para presentarse, en México, junto a la Sonora Matancera. Ahí empezó su exilio permanente.

El día que Celia Cruz se fue de Cuba

El 14 de julio, de 1960, Celia recibió una llamada de Rogelio Martínez, director de la Sonora Matancera, para confirmarle que, en 24 horas, viajarían a México.

Celia desayunó con Ollita, su madre. Le dijo que volvería para que pasen la Nochebuena juntas. Toda la familia se montó en el carro y arrancó para el aeropuerto a despedir a la estrella de la casa. El único ausente fue don Simón, quien estaba muy mal.

Llegaron con dos horas de anticipación y, mientras esperaban al resto de los músicos, la familia disfrutó de una última conversación, juntos. Fue la última vez que Celia pudo abrazar y besar a su familia.

«Comenzaron a llamarnos para abordar el avión (…) y sin saber que era la última vez, sentí el sol de Cuba brillar en ese cielo. Me viré para atrás y vi a Ollita sonriendo en la terraza del terminal, y le soplé un beso», narra la cantante en su autobiografía, escrita en colaboración con la periodista Ana Cristina Reymundo.

Celia, sentada en el avión, escuchó una noticia que marco su vida para siempre: «Cuando salimos del espacio aéreo y estábamos por entrar en México, Rogelio se levantó y nos dijo: Caballeros (…), este es el vuelo que no tiene regreso. Todos nos quedamos fríos. Algunos de los muchachos se pusieron a llorar (…)».

Solo tenía un mes de haber llegado a México cuando Celia recibió la noticia de la muerte de don Simón, su padre. Dos años más tarde, su madre, ollita, también falleció.

Desde entonces Celia juró nunca más volver a Cuba, hasta la salida de Castro. Y cumplió.

Negarse a cantarle a Fidel Castro

Primer encuentro

En los primeros meses de 1959, Celia Cruz fue contratada para cantar con un pianista en la casa del empresario cubano Miguel Ángel Quevedo.

Quevedo era dueño de la revista Bohemia, la más influyente de Cuba, y había apoyado la revolución en los últimos años. La guerrilla, con un tal Fidel Castro al frente, proclamó en Santiago el inicio de la revolución.

La noche del espectáculo, Celia estaba de pie cantando junto al pianista cuando, de repente, los invitados corrieron hacia la puerta de la casa. Fidel Castro había llegado. Ni ella ni el pianista se inmutaron y continuaron cantando.

De repente, Quevedo se acercó a Celia y le dijo que Fidel quería conocerla porque, en sus días de guerrillero, limpiaba su rifle escuchando «Burundanga».

Celia respondió que había sido contratada para cantar junto al piano y que ese era su lugar. Si Fidel quería conocerla, tenía que acercarse él. Pero el comandante no lo hizo.

Segundo encuentro

Después, en 1960, Celia fue contratada para cantar en el Teatro Blanquita de La Habana con varias otras orquestas.

Después del ensayo, el director del espectáculo anunció que esa noche tendrían un invitado muy especial y pidió a cada uno de ellos que bajaran a saludar.

En ese momento, Celia había adoptado una postura aún más crítica hacia Castro. Algo le hizo intuir que ese invitado especial era Castro. Y no se equivocaba.

Esa noche, Fidel instó al organizador a pedirle que cantara «Burundanga». Sin embargo, la guarachera no accedió.

Como conocía a todos los músicos que tocarían con ella, minutos antes de salir al escenario, acordaron decir que no habían traído las partituras y que nadie conocía la canción. Esa noche, en lugar de «Burundanga», Celia cantó «Cao cao, maní pica’o».

Al finalizar el número, todo el teatro aplaudió de pie, rendido a su voz. Pero Celia no quería saber nada de Fidel. Así que, en medio de la ovación, dejó el escenario.

De camino al camerino, el director artístico le dijo que no le pagaría porque no se había inclinado ante el comandante. Celia lo miró a los ojos y respondió que «si tenía que inclinarse para ganar dinero, prefería no tenerlo».

La muerte de su madre

Celia no planeaba regresar a la isla, sin embargo, un evento cambiaría las cosas en abril de 1962: la muerte de su madre.

Cuando se enteró, Celia quiso despedirse de su madre en persona. Así que comenzó a hacer los trámites para su regreso. Sin embargo, cuando menos lo esperaba, Fidel cobraría su venganza: el permiso fue negado.

El día en que su madre fue enterrada en el Cementerio de Colón, Celia fue invadida por la rabia y la desesperación. Sentía sus ojos secos de tanto llorar.

Recordamos las palabras de fuerza de Celia: «Toda mi vida, he cantado música alegre. Nunca me ha gustado cantar nada triste, porque debo tener mis momentos de tristeza. No tengo mamá. Ya ha muerto. No tengo papá. Estando fuera, no tengo a mi familia. Pero, eso es para mí, para mí misma. A veces, pienso que me gustaría estar con ellos, pero no quiero transmitirlo públicamente. Creo que el público paga por ver a Celia Cruz alegre, no a la triste.»

La última visita de Celia Cruz a Cuba

En febrero de 1990, Celia Cruz recibió una invitación para retornar a Cuba. Ese anhelo de tantos años de volver a su tierra amada parecía por fin hacerse realidad.

Esa tarde, Celia interpretó sus más grandes éxitos para sus compatriotas. El momento más emotivo fue cuando interpretó «Cuando salí de Cuba«.

Para muchos, fue increíble ver a Celia cantar esta canción tan cargada de emoción. Un músico relató que todos los músicos estaban bastante afectados cuando Celia cantó «Cuando salí de Cuba», describiéndolo como un momento increíble.

Lo que muchos no notaron es que, esa tarde, segundos antes de subir al escenario, la guarachera lloró por tanta emoción contenida.

Otro detalle que no fue captado por la mayoría, pero sí por un intrépido fotógrafo, fue que la guarachera de Cuba deslizó su mano debajo de una verja, se agachó, puso su mano abajo, agarró tierra del otro lado de la cerca y la puso en un pequeño frasco. El fotógrafo retrató ese momento, que fue muy impactante.

Contrariamente a la vez que salió de Cuba en 1960, esta vez la guarachera no miró por la ventana, pues tenía la esperanza de volver.

Trece años después, el 16 de julio de 2003, el mundo se estremeció por la muerte de Celia Cruz. Un cáncer al cerebro había acabado con la vida de la voz femenina más emblemática de la salsa.

La reina de la salsa no solo se llevó consigo su enorme talento, sino también una parte de su país amado, pues la tierra que recogió en Guantánamo fue depositada en su féretro. Ese había sido uno de sus últimos deseos.

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